Re-conocer un lenguaje olvidado, orden implicado del cosmos, el sentido del sinsentido, lejos de la razón, en algún rincón del alma reza uno su propia locura para salvarse del infierno.
Traer el laberinto a los rincones del alma, es casi obligado, allí donde nos perdemos porque no entendemos, allí donde nos confundimos, donde morimos tantas veces, allí dónde, quizás en algún momento sepamos, con toda el alma, que es un lugar sagrado donde rezar el cuerpo es amar lo que uno es y el espacio se abre entonces claro a la vertiginosa velocidad de la quietud. Y lo que era un laberinto se convierte, por arte de magia, en un hermoso templo.
“Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las
islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan
complejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se
perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de
Dios y no de los hombres.”
Los dos reyes y los dos laberintos. Jorge Luis Borges